AREQUIPA
Sobre las 6:30 llegamos a la ciudad de Arequipa, tras pasar la noche en un autobus bastante cutrillo, el peor que habíamos cogido hasta el momento. A la salida de la estación preguntamos por las combis hacia la plaza de Armas, enseguida llegamos y nos encaminamos a buscar un hostal.
Hacía una mañana soleada y la ciudad se veía preciosa, tranquila, blanca y limpia. Tras preguntar en varios alojamientos y estar ya bastante agotad@s, nos quedamos en el hostal Rivero, cuyo dueño. el sr martínez, a veces resultaba extraño y un poco seco, y otras agradable y con ganas de palique.
Tras descansar un poquillo, una buena ducha y a pasear por la ciudad. Como todas las ciudades de Perú, Arequipa cuenta con una bonita plaza de armas donde se ubica la catedral, al llegar a ella da la sensación de estar llegando a Santiago de Compostela. Sus son calles limpias, sus paredes blancas, muy al estilo andaluz, incluso hay algún que otro rincón con geranios rojos en macetas sobre las paredes blancas al más estilo de patio cordobés. La ciudad es cómoda, accesible y paseable.
Tiene una gran mercado lleno de puestos de frutas, flores, panes, carnes, ropas y accesorios varios, puestos exotéricos con fetos de llamas colgando, de jugos naturales, almuerzos, costurer@s, y un largo etcétera.
Hay tiendas y puestos que lo venden todo, en la calle, en los bajos de las casas a modo de laberinto que, sabes donde empieza pero no donde termina...en cualquier lugar te venden comida que preparan en el momento, helados, de los cuales comimos unos cuantos, así como el famoso helado de queso, aunque realmente sabe a vainilla y canela.
Cerca del juzgado se concentran los denominados ¨tinterillos o mecanógrafos¨, con sus máquinas de escribir rellenando formularios, contratos de trabajo y todo el papeleo que la población necesita, dicha actividad te hace teletranspostarte al pasado, recordando diferentes oficios que, lamentablemente, se han ido perdiendo con el tiempo.
Tras informarnos y recabar todo lo necesario para hacer el cañón de Colca, dejamos nuestras mochilas en el hostal y partimos para tomar una autobús dirección Cabanaconde, donde comenzaría nuestra aventura. El trayecto era de unas 6 horas, donde en ningún momento dejó de subir gente, la cual viajaba de pie...
Llegad@s a nuestro destino desayunamos en la Casa de Pablo y comenzamos nuestro paseo por el cañón, con un nivel de descenso considerable, que a veces nos hacía resbalar y acelerar. Las vistas impresionantes, el paisaje increíble, la boca abierta y los ojos como platos, una de esas maravillas que todo el mundo debería tener la oportunidad de disfrutar. La parte final del camino hacia Tapay, se nos hizo un poco dura, ya que, como nos gusta mucho caminar, debimos de hacer una horita más de camino.
El pueblo encajado en el valle tiene unas vistas espectaculares. Nos alojamos en el Encanto de Maruja, un lugar maravilloso con una gente maravillosa, que nos cuidaron como a sus hij@s, e incluso nos arreglaron el estomago a base de infusión de palma real, una planta excelente para cuando estás algo suelt@.
Tras un buen y merecido descanso, iniciamos nuestra siguiente etapa hacia Sangalle, una etapa relativamente fácil y corta, pero que nosotr@s complicamos en todo momento, jijijiji. Cuando llegamos al pueblo nos alojamos en el Oasis, un lugar idílico entre montañas con una piscina desde la que disfrutar de unas increíbles vistas. Nos bañamos, leímos, descansamos, cenamos y a la cama, ya que al día siguiente debíamos levantarnos a las 5h para realizar el ascenso hasta Cabanaconde y coger el autobús. La subida intensa, pero nos sentimos bien, con fuerza y ánimo y llevamos muy buen ritmo. Por el camino nos encontramos con muchísima gente realizándolo. Llegamos antes de tiempo, desayunamos y a las 9 ya estamos en el bus de vuelta. Paramos en la Cruz del Cóndor, para ver a estas magníficas aves, sin embargo no tuvimos suerte, ya que la carroña se la echaron a las 9 y ya no salieron más. Así que cogimos un par de combis hasta Arequipa, donde hicimos noche.
Al día siguiente, ya más descansad@s, acudimos a visitar el convento de santa Catalina, una auténtica ciudad dentro de la ciudad, con jardines, plazas, fuentes, callejuelas con nombres de ciudades españolas y fachadas pintadas en color azul fuerte y granate, con macetas en sus paredes, al más puro estilo andaluz, grandes cocinas, con grandes hornos y útiles de cocina que te hacían viajar en el tiempo, con la ayuda de el olor a leña y velas, un lugar que merece la pena ser visitado.
Paseamos nuevamente por la ciudad, dejándonos llevar y perder por cada rincón, toca la despedida, hacer la maleta y partir hacia nuestro nuevo destino, Cuzco.
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