SAN PEDRO DE ATACAMA
Sin duda alguna teníamos marcado en rojo este lugar, como una meta a la que llegar, ya sea por el desierto, la fama del lugar, o como última frontera que colinda con sus países vecinos de Bolivia y Argentina. Teníamos claro que muchos de los paisajes ya los habíamos disfrutado con nuestra visita al Salar de Uyuni, pero no por ello queríamos dejarlo de lado.
Por este motivo procuramos no demorar más nuestra cita, tomando un autobús casi directo, con el que hicimos escala en Calama, donde por azar nos encontramos una pareja de Oscenses, con los que compartíamos destino y del que recibimos un útil presente, unas buenas zapatillas de montaña, que me permitieron jubilar las mías.
A nuestra llegada nos instalamos en el camping llamado Buenas Peras, que era por supuesto todo un secarral, y de ahí nos fuimos a dar un paseo por la localidad. Donde preguntamos por los costes del alquiler de las bicicletas, y recogimos información sobre el lugar. Nos fuimos pronto a la cama y tras una ajetreada noche, debido a unos poco educados vecinos, nos levantamos dispuestos a exprimir al máximo la experiencia.
Finalmente tomamos la decisión de alquilar las bicis todo el día, de manera que pudiéramos disfrutar de los paisajes de la quebrada del diablo y el Valle de la Luna. Aunque la idea era buena, término pasándonos factura, tanto física como moralmente, al estar un tanto desacostumbrados al pedaleo y el duro y torturador sillín. Aún así disfrutamos de unos paisajes maravillosos, con un sol de justicia y un gran esfuerzo que ha hecho que la imagen quede hondamente grabada. Los caminos en principio eran planos, para pasar a grandes inclinación y elevaciones de terreno, mezclando se con grava y piedras sueltas que por momentos hacían dificultoso el pedalear. Pero ello no impidió poder admirar las vistas del volcán Lycancabur, así como del anfiteatro, las dunas mayores y las tres Marías.
Regresando con el atardecer, con una maravillosa puesta de sol que nos iba acompañando, matizando de luz y distintos tonos rojizos la zona volcánica, que sirve de referencia a la localidad, situándose en sus lomas.
Tras devolver las bicis, cenamos en el camping, dispuestos a irnos temprano a la cama para descansar, y al día siguiente poder disfrutar de la Laguna Cejar. Sin embargo parece que el destino no quiso darnos tregua, al coincidir con una una serie de vecinos que estaban empeñados en montar la fiesta, llegando a parecer por momentos que estábamos acampados en un festival curte de música hortera y gente maleducada y gritona.
Todo ello nos afectó en el ánimo tomando la decisión de recoger todas nuestras pertenencias y poner fin al recorrido por tierras Chilenas, para adentrarnos por el norte de Argentina. Para ello nos acercamos a la terminal de autobuses, donde nos informaron de que no había autobuses disponibles hasta más allá de 5 días. Y como no estábamos dispuestos a esperar tanto tiempo, allá que nos fuimos a la ruta a mostrar nuestro dedo y encantadora sonrisa, coincidiendo con unos cuantos mochileros que tuvieron la misma idea.
Tras unas horas de espera, llegaron un par de camiónes paraguayos a los que convencimos para que nos acercaran a la frontera, de manera que viajamos cómodamente en el interior de unos vehículos coreanos, que transportaban en el trailer para vender en su lugar de origen. Disfrutando de un cambiante paisaje, que por momentos intercalaba zonas desérticas, con salares, lagunas y el siempre presente volcan, además de la fauna característica tipo llamas, vicuñas y flamencos.
Muy despacio, pero a tiempo conseguimos llegar al Paso fronterizo de Jama, donde tras los trámites pertinentes, conseguimos ingresar en la,zona argentina. Allí descubrimos una movilidad que aproximaba a unos cuantos viajeros a la localidad de Susques, y a la que nos subimos sin pensarnoslo dos veces.
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